Uno es capaz de advertir cuando las cosas no van bien. Está esa intuición de que hay un desorden en la vida, y uno hasta puede ser capaz de reconocer qué va mal. Pero virar el rumbo cuesta trabajo y a veces uno debe esperar a que pase lo peor para aceptar que no debe continuar en la misma senda.
Podemos percatarnos de ello tanto en la Historia misma -¿qué son las grandes revoluciones si no virajes de 180º? -como en nuestra propia vida. A mí, la primera vez que me pasó fue con mi padre. Y me sucedió dos veces. Sabía que las cosas con él no se encontraban bien. Guardaba un rencor y un enojo con él, pero tuve que esperar a que explotáramos para salirme de su casa y, poco a poco -no sin ayuda también de mi familia -hacerme cada vez más independiente.
Ahora, la situación es distinta, pero parecida. Yo sé que las cosas no van bien con la persona que quiero, quien me ha acompañado tanto en este último año y me ha servido de fortaleza. Y quizá hemos esperado a que se deteriore tanto para obligarnos a dar un viraje de 180º y cambiar nuestro rumbo, separarnos. Porque, para mí, no sólo es separarse. Es buscar un nuevo empleo, mejor remunerado y con mejores perspectivas, es redoblar mis esfuerzos y es volverme aún más independiente, porque finalmente, he sido dependiente en lo emocional este último año.
Aprender a virar en 180º no es fácil, uno se caerá en muchas ocasiones, se lastimará y le dará miedo volver a intentarlo. Sin embargo, como en el skateboard, todo es cuestión de timing.