Archivo mensual: junio 2014

¡Oh, Fortuna! ¡Emperatriz de México!

O Fortuna
velut luna,
statu variabilis.
Fortuna, Imperatrix Mundi (Anónimo)

Desde hace tiempo que dejé de ser aficionado al fútbol. Fue un deporte en el que nunca me destaqué, mas que como portero en alguna que otra ocasión, y nunca llegué a jugar más allá de cascaritas callejeras. No sigo los partidos de la liga de ninguna parte del mundo, y si me entero quién ganó este semestre la copa en México, o quién fue el campeón de la Champions en el año, es porque el bombardeo mediático sobre el tema le impide a uno abstraerse. Tampoco es que me moleste enterarme. Pero gracias a las fechas mundialistas, cualquiera se puede volver analista deportivo. Así que aprovecharé para dar mi nada docta opinión sobre el tema.

En la primaria nos enseñan que México tiene la forma del cuerno de la abundancia, alusión que tiene una intención dudosamente descriptiva. Casualmente, una de las deidades latinas a las que se le representaba con la cornucopia era a Fortuna, casualidad que no sería llamativa si no fuera por la devoción que en México parece que se le rinde.Y comento esto, porque me llamó la atención que mucha gente, incluyendo los denominados analistas deportivos, la invocaban para añorar el triunfo contra Holanda desde antes que iniciara el partido.

Está claro que en una contienda deportiva, cualquiera puede ganar. De no ser así, no sería necesario convocar a una justa para medir la fuerza y habilidad de los contendientes. Pero de ahí, a afirmar que el triunfo tiene que ver con la suerte, hay un trecho, y aún hay más distancia en apelar a la suerte para resultar no solo ganador de un encuentro, sino también -ya que estamos soñando, ¿por qué no nos lo permitimos? -¡campeones!

Esta confianza a una diosa, que ya en un poema pagano se le describió como «voluble», resulta infantil, muy propio de un pensamiento mágico.  Ochoa la desvía y ¡oh, Fortuna! dio en el palo gritan los comentaristas que agregan que no hay campeón sin suerte, porque la suerte hace a los campeones, no la disciplina y el entrenamiento constante. Y cuando ésta ya no nos sonríe, le increpamos por ser injusta ¡Oh, Azahar! ¿Por qué siempre nos tratas de esta manera? Se nos olvida que al equipo contrario no le marcaron un penal que sí era, y que si la Fortuna le fue cruel al principio, al final puede sonreírle ¿Por tener México forma de cuerno de la abundancia debe sernos siempre fiel, acaso?

Quizá por ese motivo la mayoría de los deportistas de alto nivel confían en el equipo de asesores que está detrás de ellos para seguir un entrenamiento, una dieta y una disciplina que les dé más oportunidades de ganar, en lugar de ponerse en las manos de una diosa que a veces resulta ser muy odiosa.

Al final, las estadísticas del partido indican que el contrario fue superior. No mucho, pero tal vez lo suficiente para ganar por un gol. Pero bueno, no metamos cuestiones de números aquí, que las personas suelen verlos como esoterismo.

Por último,  causan gracia las quejas de la poco honorabilidad de los holandeses, que jugaron con clavadas y otras tretas, indignas de los ciudadanos de una nación tan progresista como los Países Bajos, y más propia de… ¡Piratas! Sí, al final del juego, había indignación porque los rivales parecían provenir no de una nación de tulipanes y queseros, sino de una nación de piratas, proxenetas y dealers.

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La vida de a grapa

Publicado en De-Veritas

Hacerse leer cuesta trabajo; que te paguen para que te lean,  suena iluso; que alguien pague por una letras, parece de locos. Ahora, que haya quien pague por leer poesía, se escucha sospechoso. Y uno no puede quejarse. por lo tanto, de regalar su trabajo. Porque finalmente, escribir no es un trabajo, es algo que haces en tu tiempo libre por gusto. Leer es trabajoso ¿por qué habrías de pagar por ello?

Yo evito pagar por lo que sea. Sólo hay algunos gastos que se me imponen como inevitables: comida, ya que a ciertas horas del día no hay quien me invite ni un taco; casa, porque los fondos de los puentes no son tan cómodos como en las películas aparecen; transporte, porque la bicicleta a veces falla y hay que parcharla de vez en cuando, cambiarle la llanta o usar transporte público porque ya qué. Para todo lo demás, tengo mis formas de conseguirlo de a grapa. De vez en cuando hago un gasto lujoso para un regalo de alguien que aprecie -a veces esa persona soy yo-, pero por lo general, sé cómo hacerme de las cosas de a grapa y la formas que no las sé, las descubro luego.

El jueves pasado descubrí otra forma de leer libros de a grapa. Más que «descubrí», debiera decir, «me atreví». Ya había pensado aquella treta, pero no se había dado ni la ocasión ni el texto para hacerlo. Sucedió paseándome por la librería de la Cineteca. No tenía ganas de ver una película, y ver los libros se presentó como alternativa. Al principio, caminé un poco decepcionado por los estantes. Los mismo títulos de siempre, los que se ven en todos lados era los que me encontraba. Nada atrapaba mi atención y ese día era particularmente difícil hacerlo, ya que en realidad no quería poner atención a nada.

Después de merodear los dos pisos, volví a la entrada donde se encontraban los primeros estantes que extrañamente eran los únicos que no había visto aún. Se exhibían las novedades, que llamaron por mi atención, atención que les negué sin miramientos cuando entré. Había un libro sobre Bernardo Fernández (Bef) que no estaba ilustrado por él, editado por Almadía. Una bonita edición, como suelen ser las de esa editorial, pero lo bonito no me interesaba en ese momento. Preferí hojear a dos autores editados por Tierra Adentro. De uno no recuerdo su nombre, lo cual es una lástima porque quería buscarlo después. El otro sí lo recuerdo, pero si no he de hablar bien de él prefiero no mencionarlo. Al final, me encontré delante de un prado una vaca de …

¡Perdón! Debo usar el formato adecuado para evitar confusiones. Al final, me encontré Delante de un prado una vaca de Fabio Morábito. No me haré el erudito. Al poeta no lo conocía mas que por oídas. «Oídas» es un decir, porque eran tanto oídas como leídas. Ambos casos, me parece, Erick Ampersand tenía responsabilidad. En una inspección a una librería de viejo en que lo acompañé, lo mencionó. Y recientemente le leí una reseña del último libro de Morábito, El idioma materno.  Con la confianza que me daban las referencias, tomé el libro editado en pasta dura, escrito gracias a una beca del FONCA. Leí los primeros poemas, y revisé el precio. Dudé por un momento que se tratara de un libro de poesía, ya que si la poesía no se lee, menos se vende, y menos aún cuando es a un precio que representa la tercera parte de mi sueldo quincenal. Sí, era un libro de poesía. A sabiendas que no iba en ese momento a comprarlo, ni me lo iban a regalar para mi cumpleaños -¡ya próximo! No olviden festejarme por el mérito de aún  estar vivo -no tuve empacho de continuar con los poemas de en medio. Para los poemas del final, yo ya estaba cansado, así que fui a sentarme en unas sillas poco cómodas que tiene la librería para quienes quieren jugar con unas tabletas expuestas sin tener en claro yo con qué objetivo.

Los últimos versos los leí con angustia. La librería estaba por cerrar y me faltaba ya tan poco por terminar. Era el inconveniente del método. Creo que un libro de poesía no es para empezarlo o para terminarlo, sino para tenerlo de compañero. Es para tratar de retener sus palabras -las llegadoras -para releerlo y observar la característica de sus estrofas con detenimiento -el ritmo, la métrica, la cadencia -, para memorizar lo mejor dentro de él, y memorizar requiere su tiempo. Así que yo leía tratando de retener en mí memoria lo más que podía, mientras también me empeñaba por abarcar la totalidad de su contendido, para no quedarme en la noche con una sensación de incompletitud.

Acabé el libro y salí del lugar. Los vigilantes no parecían recriminarme mi tacañería. Aún así, sentía algo de culpa. Rara vez me pagan por lo que escribo y tal vez se debe a que rara vez pago por lo que leo. ¿Karma?  O tal vez no se deba a eso, sino a que hay muchos como yo, que no están en disposición de pagar, porque si de pagar se trata, hay que pagar la renta, la comida y el transporte. Uno busca ganarse la vida, y a veces ese «ganarse la vida» es buscar que la vida le salga de a grapa.

El libro de Morábito me ha acompañado desde aquel jueves. Dejo en claro que me ha acompañado en el mismo sentido de un «te llevo en el corazón». Aún no me he atrevido a otras cosas más riesgosas para vivir de a grapa. Diría más sobre él, pero no tengo cómo citarlo.

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Las horas muertas

En una película dirigida por Aarón Fernández y un reparto que combina a actores con no actores, la costa de la Esmeralda (Veracruz) es retratada en este largometraje que ganó el premio del jurado en la 26° edición del Tokio International Film Festival.

La producción, que contó con el apoyo de Francia y España, es tan austero como el motel que se vuelve el eje rector de la película. Sebastián (Ferrer),, de 17 años,  llega a hacerse cargo del motel donde conoce a Miranda (Paz), quien es una clienta habitual a quien su amante la deja seguido plantada.

La historia es sencilla, y se enriquece con las vivencias  de los lugareños. La tranquilidad constante de aquellos parajes aislados de la región de Totonacapan es, igualmente, un protagonista en la historia. Este aislamiento y tedio es lo que acerca a los personajes y lo que vuelve lo insignificante, significativo.

Se comenta que Aarón Fernández le dio especial importancia al casting de la obra y que fue una de las partes más difíciles en la producción (1) . Uno puede imaginar en qué residió esta dificultad. Los actores están lejos de ser los clásicos galanes que se proyectan tanto en Hollywood como en las novelas. Sin embargo, sus cuerpos contagian la sensualidad implícita en la historia.

Sin que quede la sensación de estar ante una obra maestra, uno siente haber probado un buen dulce del Séptimo Arte. La obra de Aarón Fernández no es un cine pretencioso, pero tampoco trivial.

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El éxodo, I (o «¡Adiós, xanga! ¡Hola, WP!»)

Muchos previeron el final de Xanga. Recuerdo algunas publicaciones y comentarios que temían ese final, y que en su momento, parecían paranoicas. La principal preocupación que expresaban era  «¿Qué hacer con toda una vida escrita ahí?» Las formas en que uno podía imaginar aquel final eran variadas. Los servidores, ubicados en Nueva York, podrían ser destruidos -a final de cuentas, Nueva York siempre es destruida -, podían ser hackeadas las cuentas y borrar la información, o bien, la baja de usuarios los podría obligar a cerrar. Al final, fue eso último lo que sucedió. Aunque hablan de un Xanga 2.0 (al parecer, de cobrar), Xanga nos parece muerto desde hace mucho tiempo.

La población en Xanga comenzó a decaer a nivel global en 2007 -seis meses después de que me uniera.  La web 2.0 tal vez tuvo que ver. Si se trataba de hablar de tu vida personal, mejor hacerlo en un espacio breve y con indirectas hacia las personas que ya te conocen, con información que al poco tiempo se pierde en la red. Sin embargo, parece ser que el golpe final se lo dio Xanga mismo. Mientras que otros sitios de blogging se internacionalizaban y continuaban siendo gratuitos, Xanga se mantenía con una interfaz en inglés -con un intento de expansión al mandarín – pero sin abrirse a una traducción en otras lenguas, aunque fuera una traducción como la realizada por otros sitios web, que es por medio de sus propios usuarios. Mientras Blogspot, Tumblr y WordPress tienen su soporte en otras lenguas, Xanga no parecía tener intenciones de realizar esa misma expansión. Es cierto, la población hispanohablante era muy reducida en el sitio, pero también tuvo que ver que xanga nunca buscó ese público.

¿Qué tan popular es Xanga?

Fuente: http://www.alexa.com/siteinfo/xanga.com». Alexa.com. Retrieved 2014-07-06.

Xanga tenía sus fortalezas que nos hizo a muchos preferirlo sobre WordPress, LiveJournal o Blogspot. Los blogrings creaban una comunidad de blogueros con intereses similares, o al menos, que se entendían entre sí, lo suficientemente grande para no aburrirse, aunque lo suficientemente pequeña para no perderse. Era una forma de encontrar a la gente que en verdad te interesaba leer. Aunque, al final, los mismos que se encontraban en un blogring, los encontrabas en otros. La comunidad que se creaba dentro de xanga era recíproca. A quien leías, te solía leer de vuelta. Era casi como un código de conducta.

Finalmente, en Xanga conocí a mucha gente interesante. Creo que en ningún otro sitio de internet he hecho tan buenos amigos. Pero será motivo de otro post aquellos detalles.

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Buscar trabajo

Cuando quiero identificarme entre el gremio de los desempleados, me recuerdo que en realidad, no soy un desempleado. De hecho, tengo dos empleos. Sin embargo, es difícil sentir que uno tiene un trabajo cuando el dinero apenas le alcanza para sostenerse. El gasto de la renta se ha duplicado ahora que he vuelto a vivir solo. Buscar un sitio más barato para vivir pareciera ser una necesidad, sin embargo, he preferido buscar un mejor trabajo. Si he de cambiarme de domicilio, prefiero regresarme a Veracruz.

No soy desempleado, entonces, pero estoy buscando un trabajo. La tarea es difícil cuando el índice de desempleo ha aumentado a raíz de la recesión mundial. Además, es difícil cuando uno tiene en claro que no quiere cualquier trabajo, sino un trabajo bien remunerado. La necesidad de pagar solo la renta de la casa me impulsa a ser más ambicioso. En otras circunstancias, me quedo con mi trabajo. Me gusta lo que hago, tengo un horario flexible y tengo comida incluida.

He mandado más de una veintena de currículos, y hasta ahora, me han dado sólo tres entrevistas.  Eso estaba por desilusionarme, hasta que me di cuenta que, en realidad, me ha ido bien. Además, no soy un desempleado que le urge encontrar un trabajo porque tiene bocas que mantener. Tengo, hasta cierto punto, libertad. Soy libre de buscar un trabajo acorde a lo que quiero hacer, y soy libre de moverme en caso de ser necesario. Mientras ¿cuánta gente no anda buscando trabajo?

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