«Tiene quince días que llegué aquí», me dijo el cerrajero. Se ve chavo, pero me dice que ya tiene siete años en el oficio. Me cuesta creerle, no solo porque se ve chavo.
Se tardó casi una hora en abrirme la puerta. «Esa chapa está perra», me había advertido en un inicio. «¿Ah, sí? La abrieron en otra ocasión en corto». Pensé que quería chorearme.
Sacó sus herramientas. Metía y sacaba ganchos como si viera cuál quedaba, pero ninguno hacía mover la tranca. Él perdía la paciencia y yo con él. Quería que la puerta ya se abriera e irme.
En la casa tenía las maletas casi listas. Tiraba un par de cosas a la basura, levantaba otras, tomaba mis cachivaches y a la mierda. Pero dejé las llaves dentro de la casa, con el celular. Pasaban de las ocho y media. Llamé desde un teléfono de monedas a una cerrajería y me senté a esperar.
Soy olvidadizo y recurro a los cerrajeros seguido. No estoy acostumbrado a que sean tan jóvenes. Traté de no desesperarme cuando mentaba de rodillas frente a la puerta. Me llamaba «camarada» y solo por eso me esforcé en no perder los estribos. Me imaginé que era comunista, aunque lo decía con demasiada naturalidad, como un «huey», un «loco», o un «compi».
La puerta se abrió y me apresuré en despacharlo. Me faltaban doscientos cincuenta pesos para pagarle, así que me acompañó al banco. Platicamos en el camino. Me preguntó si aún alcanzaría metro y cómo podría llegar. Supuse entonces que no era de aquí, pues a las diez y media se preocupaba por no alcanzar transporte.
Le dije que tampoco soy de esta ciudad. «Soy de Veracruz, pero ya tengo quince años viviendo aquí». Fue ahí cuando me confesó que él tenía solo quince días en la ciudad.
«Llegué para aprender más. En León no hay tantas chapas de seguridad. Haz de cuenta, allá me tocaba abrir unas siete a lo mucho cada mes. Mientras que aquí en esta semana ya llevo ocho».
«Pues yo ya me voy de aquí», le dije. «Espero no volver». Y el corazón se me apachurró un poco. Me costaba creer que ya me iba. Quince años, después de todo, son un chorro.
Llegué a la terminal con más maletas de las que podía cargar. No creo en la cabala o en la numerología, pero cuando el camión salió, hacía pocos minutos que había comenzado el quince de mayo.