La primera vez que escuché de la torta de tamal iba en quinto de primaria. Mis compañeros de clases la comentaban como una extravagancia de la capital. «¿Masa más masa? ¡Qué asco!», decían cuando se la imaginaban. Ese era el principal problema que teníamos en Veracruz contra la torta de tamal, que era masa más masa.
A la hora de la comida, les conté a mis abuelos sobre lo que escuché en la escuela: «Que en México comen tortas de tamal». Y me imaginé la micha que agarraba en ese momento con un tamal en medio. «Los chilangos hacen cosas muy raras luego» comentaron ellos.

¿Masa más masa? La torta de tamal es vista con desconfianza para quien no la conoce.
Quizá el rechazo a la torta de tamal en Veracruz tenía un poco que ver con los tamales que solemos comer: ¿se imaginan una torta de tamal con un tamal oaxaqueño? Por lo general es el primer tipo de tamal que nos viene a la mente, que en Veracruz le llamamos «tamal de masa». Tampoco es un tamal esponjoso y seco, como suelen hacerse los tamales de elote fuera de la ciudad de México. El tamal entortado es algo húmedo; su textura, diferente al bolillo que lo arropa.
Para mis quince años jamás había visto una torta de tamal. Como me parecía extravagante su existencia, pensé que era un invento sobre las costumbres de la capital. Esta idea se reforzó cuando me fui a vivir al Distrito Federal: pasó como año y medio sin que viera una sola guajolota, como también le llaman. Hasta que un día vi a una compañera del CCH con…
¿Una torta?
¿Un tamal?
«¿Qué comes?» le pregunté mientras veía sus manos sobre papel estraza y olía cerca de mí un perfume como de masa calientita. Era un día frío.
«Es una guajolota» me dijo. «¿Una qué?» volví a preguntar sin entender, hasta que abrí bien los ojos: estaba ante un ser mítico, mitad torta, mitad tamal. Y solo repetí el lugar común: «¿Comes masa más masa?». «¿Quieres probar?» me dijo mi compañera y me acercó aquel grifo culinario.
Le di una mordida a la torta. Entonces, mi boca sintió por primera vez la masa del tamal deshaciéndose junto a la masa del bolillo. El sabor a mole verde predominaba, mientras que la textura de las dos masas lo acompañaban en una extraña danza pensada para las papilas gustativas.
«Pruébalo con atole» me sugirió. El líquido caliente me ayudó a pasar el bolo mientras sentía un calor en la garganta, que luego pasó al pecho y que luego pasó al estómago. Como dije antes, era un día frío.
Esa fue la primera vez que probé una torta de tamal. Entonces lo comprendí: La torta de tamal no es masa más masa; el todo siempre es más que la suma de sus partes. Los de fuera no logramos imaginar a la dichosa torta en todo su contexto: las manos heladas que la sostienen en una típica mañana del valle de México; las diferentes texturas de las masas en nuestro paladar, y el atole humeante como un complemento necesario.

Una mañana fría, antes de empezar a trabajar, es el momento ideal para comer una torta de tamal.
La torta de tamal es una bomba de carbohidratos, por supuesto. Por eso tiene un lugar específico en la comida: en el desayuno y como preparación para un largo día de trabajo. Esto la hace un plato proletario. Nunca la he encontrado en un restaurante, siempre se vende fuera del metro, en la base de los camiones o cerca de una obra. Es comida del pueblo para el pueblo.
Quienes no conocen aún la torta de tamal, los animo a probarla. Y a los chilangos, les digo: ¡Mi más sincero agradecimiento!