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Una libreta

El único regalo que conservo de mi padre es una libreta. Él mismo escribió, con letra delgada y amplia, que se trataba de una libreta de poemas y que era mía.

Mi padre también decidió quién sería mi principal influencia. Copió un poema sobre un pájaro que cantaba en una rama. Antes del punto y final, la rama se rompía. Después, se leía: Octavio Paz.

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Yo tenía siete años cuando mi padre me entregó la libreta. El regalo era también una orden: «escribe». Y así lo hice. Escribí poemas malos, como lo haría cualquier niño que no fuera Sor Juana. A mi padre no le importó esto y los publicó, sin mi autorización, en la sección cultural de un periódico local que dirigía un amigo suyo: Jaime Velázquez. También hizo que me publicaran en una revista cultural de Orizaba y en un boletín de la SEP.

Aún escribo poemas. Aún son malos. Por supuesto, ya nadie los publica. Para mí, son una forma de estructurar lo que siento y que no puedo decir de manera sencilla. No creo dejarlo de hacer algún día, aunque sean material para el olvido.

A mi padre no le hablo desde hace más de cuatro años. Antes, no le hablé en cinco. Evito mencionarlo. Evito aún más aceptar que de él llevo los rizos, la barba, el orgullo. No me gusta recordar que él me enseñó a jugar a ajedrez y a querer a los libros.

Uno puede odiar con facilidad a un extraño, pero no es tan fácil odiar a quien es parte de uno sin odiarse a uno mismo. Me odio un poco.

He perdido varias libretas. También me he acabado otras tantas. Sin embargo, esta libreta lleva conmigo veintiún años y aún le quedan demasiadas hojas en blanco.

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El punctum en las fotos de mi madre

En La cámara lúcida (1980) Roland Barthes dedica gran parte de su reflexión a las fotografías de su madre. Se fascina ante aquellas  imágenes testimonio del tiempo anterior a su nacimiento, donde ella tiene un aspecto distinto al que recuerda

Poco a poco regresan a su memoria algunos elementos: tocados, adornos. Y le van haciendo sentido su presencia en las fotos.

Cuando leí el texto de Barthes por primera vez, también rememoré las fotografías de mi madre. Cada que Barthes describía su experiencia, yo la traducía como mía.

Para Barthes, la foto no tiene nada proustiano. «El efecto que veo en mí no es la restitución de lo abolido», dice. La fotografía es, más bien, testimonio de lo que ha sido. MotherAl reproducir la reflexión de Barthes con las fotos de mi madre, doy testimonio de su peculiaridad.

Desde niño, para mí mi madre destacaba sobre las mujeres que la rodeaban. A diferencia de sus compañeras de trabajo, o de las mamás de mis amigo, ella era esbelta, joven y rebelde.

A esa edad no me di cuenta qué tan rebelde era mi madre. Me percaté de ello cuando revisé sus fotos una vez transcurrido los años.

La foto de mi madre con mi hermana en Villa del Mar me sorprendió al ver el estampado de un rebelde zapatista, por ejemplo.

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Mi madre me contó que visitó San Cristóbal en 1994 una vez que yo regresaba de Chiapas y quería contarle de las comunidades. Mi sorpresa fue que ella me contaba a mí. Yo tenía seis años y no me enteré del viaje, o no lo recuerdo.  No recuerdo que me hubiera hablado antes del movimiento zapatista. Mi interés (creía) era propio y genuino.

Contrasto su silencio con las familias de amigos que parecen haber sido adoctrinados por sus padres para tener una actitud antisistema siempre.

Esto es algo de lo que más le agradezco a mi madre. No recuerdo que me haya impuesto sus ideas. Ella me crió en libertad. La libertad que exigía para ella, me la dio a mí.

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Hoy entiendo mejor a mi madre, su histerismo, sus preocupaciones.  Cuando tenía mi edad, esta edad en la que no sé qué rumbo tomar ni a dónde dirigirme, ella debía preocuparse por cuidar (casi) sola a dos niños. Y también quería disfrutar su vida.

Hoy mi madre cumple 49 años. Ya no es esbelta, ya no es joven, pero aún es bastante rebelde. Y este texto es mi regalo de cumpleaños.

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Llama el océano

Los amigos son los peores críticos que alguien en la vida puede tener. Mejor ser objetivo con el trabajo de uno. ¿Estoy dispuesto a leer esta mierda, si no fuera porque la escribí yo?

Y cuando creo que escribí algo que vale la pena, leo este poema para no engañarme:

LLAMA EL OCÉANO
No voy al mar en este ancho verano
cubierto de calor, no voy más lejos
de los muros, las puertas y las grietas
que circundan las vidas y mi vida.

En qué distancia, frente a cuál ventana,
en qué estación de trenes
dejé olvidado el mar y allí quedamos,
yo dando las espaldas a lo que amo
mientras allá seguía la batalla
de blanco y verde y piedra y centelleo.

Así fue, así parece que así fue:
cambian las vidas, y el que va muriendo
no sabe que esa parte de la vida,
esa nota mayor, esa abundancia
de cólera y fulgor quedaron lejos,
te fueron ciegamente cercenadas.

No, yo me niego al mar desconocido,
muerto, rodeado de ciudades tristes,
mar cuyas olas no saben matar,
ni cargarse de sal y de sonido:
Yo quiero el mío mar, la artillería
del océano golpeando las orillas,
aquel derrumbe insigne de turquesas,
la espuma donde muere el poderío.

No salgo al mar este verano: estoy
encerrado, enterrado, y a lo largo
del túnel que me lleva prisionero
oigo remotamente un trueno verde,
un cataclismo de botellas rotas,
un susurro de sal y de agonía.

Es el libertador. Es el océano,
lejos, allá, en mi patria, que me espera.

-Pablo Neruda

Si lo que escribí, no es mejor que eso, o para no ser tan exigentes, no es mejor que al menos uno de sus versos, no vale la pena su existencia.

Aún así, hay que firmarlos con algún nombre. Si no, pobres textos huérfanos.

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Otra vez me perdí

Seguido me pasa. Camino por calles que ya conozco, me dirijo a sitios que ya he visitado. De repente me detengo, observo dónde estoy parado y me doy cuenta de que me extravié.
Así estoy hoy. Así he estado estos días. Perdí el rumbo en no sé qué vuelta y ahora no sé dónde me encuentro. Cada minuto que pasa olvido hacia dónde me dirigía.
Tan solo quisiera encontrar un abrazo, una costa, para saber que no estoy a la deriva.
Tal vez está ahí, y no veo nada por la bruma. Tal vez está ahí, pero no sé cómo levantar los brazos.
Otra vez me perdí. Pero no se preocupen. Tantas veces me ha pasado que ya aprendí a mantener la calma.

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De cómo preferí no conocer a una gran amiga

No conocí a una pequeña muchacha de tez morena y delgada una vez que fui al teatro. Ella traía un vestido blanco y esperaba a alguien con impaciencia. Le pregunté si no le faltaba algún boleto. Mi acompañante no había llegado y me sobraba uno. ¡Qué casualidad! A ella le faltaba un boleto porque su acompañante no llegaba. Me lo compró, tras pensarlo brevemente.

Melville en Mazatlán, obra de teatro biográfica sobre Herman Melville, escrita por Vicente Quirarte.

Melville en Mazatlán, obra de teatro biográfica sobre Herman Melville, escrita por Vicente Quirarte.

Me senté casi en la entrada del segundo nivel del Foro. Un buen lugar: no solo podía ver bien el escenario, sino también al público. La obra empezó. Era un guión de Vicente Quirarte, sobre un joven que acababa de desembarcar tras un viaje en barco ballenero y estaba deseoso de convertirse en escritor. Este joven se encuentra con un viejo cascarrabias que ha dejado de trabajar en la aduana y ahora tendrá mucho tiempo libre. Ellos tienen mucho en común, pero no lo saben.

El viejo escribía poemas en una libreta y esto llama la atención al joven, quien le pregunta insistentemente si era escritor. «Empujo la pluma, pero escribir es mucho más que eso», le dice el viejo. Casi al final de la obra, el viejo le cuenta al joven sobre su jubilación. El joven se emociona, y le dice «ahora puedes dedicarte solo a escribir». El viejo le responde, «preferiría no hacerlo».
Me reí, y se hubiera escuchado mi risa solitaria en el foro ante ese sutil chiste si no fuera por otra risa cómplice presente. Extraña manera de reconocer a los tuyos. Volteé a ver quién había leído también Bartleby, el escribiente y era la misma muchacha morena y delgada a quien le vendí mi boleto sobrante.

En la salida del teatro, la busqué. Iba flanqueada de dos chicos (los retrasados, pensé). No le hablé, solo caminé cerca y escuché su conversación. Les platicaba a sus amigos sobre Bartleby y cómo era una obra fundamental para comprender a Herman Melville y al escritor que renuncia a la escritura.

Pude haberme acercado con cualquier pretexto, ya le había hablado antes. Pero preferí no hacerlo. Una lástima, tal vez pudo ser el inicio de una gran amistad.

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10 cosas que (tal vez) no sabías de mí / Día 2

Resulta que esto es para hacerlo durante tres días seguidos. Así que cada día parece que se volverá más difícil.

  1. Me he cambiado muchas veces de casa. Me cuesta trabajo contar todas las veces que me he cambiado de casa, y cuando lo recuento, siempre se me olvida algún cambio. Si dividiera las veces que me he cambiado de un lugar, desde que era niño, he vivido aproximadamente menos de dos años en cada sitio. Claro, hay lugares en los que he vivido más tiempo que otros. En varios lugares no he estado mas que unos meses y en otros he vivido por varios años. Ya llevo viviendo más de dos años en el Cerro del Judío. Es el lugar en que más tiempo he estado en todo el tiempo que llevo viviendo en el DF. Espero cambiarme el próximo mes.
  2. He cambiado muchas veces de trabajo. Algunos de esos trabajos difícilmente podría llamárseles trabajos. Varios han sido de autoempleo, como vendedor de dulces, mientras que otros han sido temporales o trabajos voluntarios. Mi pasado trabajo, con el profesor Sergio Ricco del cual ya he hablado, ha sido uno en los que más tiempo he estado. Ser profesor adjunto y  ayudante administrativo en la ENAH no los cuento como trabajo, pero aún así los pongo en el currículum.
  3. De niño, era un católico recalcitrante. Aunque devoraba libros y revistas de divulgación de la ciencia, no me parecían que estas fueran contrarias a los dogmas católicos. Para mí, el Big Bang resultaba compatible con el Génesis y la Selección Natural no tiene por qué ser contraria a los relatos bíblicos. Unos son metáforas y otros son hechos. Y de hecho, la Iglesia Católica es de las pocas iglesias cristianas que aceptan la Selección Natural como plausible. Mi catolicismo llegó a tal punto que hice mi primera comunión por voluntad propia y sin que nadie me obligara. Actualmente, me declaro agnóstico y mi relación con Dios es un «es complicado».
  4. He creído tener conversaciones con Dios. Aún en las épocas en las que estuve a punto de llegar al ateísmo, he tenido experiencias místicas que me hacen sentir que converso con Dios. Este es un síntoma típico de cuadros maniacos e hipomaniacos. Últimamente ya no he tenido esas sensaciones. Mi abuela dirá que se debe a que he empañado mi imagen ante Dios con el pecado.
  5. Me hice comunista gracias a Jesús. En realidad, no es tan cierto. Pero cuando leí en la secundaria los primeros textos comunistas que llegaron a mis manos (El manifiesto del Partido Comunista, La Revolución Permanente, etc.), concluí que el mundo «utópico» que pregonaban los marxistas no distaba mucho al que predicaba Jesús en los Evangelios. De cierta manera, me acerqué a la Teología de la Liberación sin saberlo.
  6. Me gusta imaginar que viajo en el tiempo. Este es un juego que hacía con mi mejor amigo de la primaria, Pedro ¡Y aún lo hago! Pero de otras formas. Todo empezó cuando empecé a usar el metro y revisaba en los andenes los relojes. Hacía un transbordo de la línea café a la verde en Centro Médico. En el andén de la café el reloj marcaba, por ejemplo, 6:04 y en el andén de la verde las 6:00. Entonces me decía que el metro me hizo viajar cuatro minutos al pasado.
  7. Empecé a usar la bici  como una forma pasiva de intentar suicidarme. Harto de los intentos absurdos y fallidos, comencé a usar la bici pues, según yo, soy tan torpe que seguramente alguien me atropellaría en poco tiempo. Sin embargo, usar la bici me hizo la vida más grata y no he tenido ningún accidente de gravedad.

    Me gusta imaginar que soy un apatosaurio cuando como brócoli.

    Me gusta imaginar que soy un apatosaurio cuando como brócoli.

  8. Me gusta imaginar que soy un animal silvestre cuando como. Me imagino que soy un conejo cuando como lechuga, imagino que soy una ardilla cuando como nueces o cacahuates, y me imagino que soy un apatosaurio cuando como brócoli.
  9. Escribí artículos en la Frikipedia. Antes de que los administradores de la Frikipedia iniciaran con sus políticas comuninazis, escribí varios artículos en la frikipedia de manera anónima y con el seudónimo de JacintoCanek. Hasta me dieron un reconocimiento por hacerlo.
  10. Tuve un padre distante. Bueno, quizá ahora que se me acaban las ideas para continuar escribiendo tendré que poner cosas más personales. Mi padre se fue de Veracruz cuando tenía siete años y había veces que lo veía cada seis meses. Ahora lo veo cada seis años, aunque vivamos en la misma ciudad. Él dice que soy yo el que debe pedir disculpas ¿creen que siento alguna culpa por intentar destruir su casa?

No sé qué se me ocurrirá para el tercer y último día.

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10 cosas que (tal vez) no sabías de mí / Día 1

Me han etiquetado en Facebook para que cuente 10 cosas que tal vez pocos sepan de mí durante tres días seguidos. Es un reto que conlleva a preguntas existenciales como «¿qué realmente sabe uno de uno mismo?» y «¿qué realmente saben los demás sobre nosotros desde Facebook?». Pero no la hago larga, aquí voy. Lo acomodo en orden cronológico:

  1. Aprendí a jugar ajedrez antes de aprender a leer. Pedí que me enseñaran a jugar porque los adultos siempre me regañaban cuando agarraba el tablero. Decían que lo jugaba de la manera «incorrecta» y tenían razón. Jugaba como Felipito antes de aprender, las ponía como si fueran pinos de boliche y las tumbaba, o bien, las usaba como muñecos. Aunque ya no juego muy seguido, el ajedrez sigue siendo uno de mis juegos preferidos y puedo ignorar al mundo cuando me siento frente a un tablero.

    Felipito debe ser uno de los personajes de Quino con los que más identificado me siento.

    Felipito es el personaje de Quino con el que más identificado me siento.

  2. Escribo poemas desde que aprendí a escribir. Casi todos son muy malos, y los que escribía de niño eran peores. Aún así, me publicaron  varios poemas en revistas culturales de Veracruz, en boletines de la SEP y en la sección cultural de El Sur en Veracruz. Añado uno publicado en la revista Pasto Verde cuando tenía nueve años para que vean que en verdad son malos y no es modestia.

    Mi Pelota
    En el mar, amar, en el parque, querer y en la casa
    revolotear.
    Mi pelota en el mar,
    jugábamos
    con un calamar,en la casa, pegándole
    al mar,
    en el parque, con los niños de la mar.

    Pero esos tiempos ya pasaron y ahora se fue.
    Adiós,
    adiós.
    Pelotita de
    arroz.
    Adiós,
    adiós,
    pelotita de arroz.

  3. En la primaria, era fan de la astronomía y los dinosaurios. Pedía que me compraran todas las revistas y libros que hubiera sobre dinosaurios y astronomía. Tenía muchos mapas celestes y libros de divulgación. Como a los 7 u 8 años me regalaron en una navidad un telescopio newtoniano con espejo de 900mm de diámetro, con el que vi varias veces  la luna pero nunca pude observar bien algún planeta. Me di cuenta que muchos de mis libros de astronomía eran escritos por la misma mujer: Julieta Fierro. A los 18 años tomé clases de oyente con ella en el Instituto de Astronomía de la UNAM y me regaló el Diccionario Panhispánico de Dudas y un libro sobre Einstein. Volví a ser esa vez un niño muy feliz.

    Con Julieta Fierro. Mi felicidad hubiera sido completa si ella me abrazara a mí y no a Tole.

    Con Julieta Fierro. Mi felicidad hubiera sido completa si ella me abrazara a mí y no a Tole.

  4. De niño, me gustaba ver durante horas los Atlas Mundiales que había en mi casa y me imaginaba tácticas militares en los mapas para conquistar el mundo. Mi plan era volverme Gobernador de Veracruz y devolver la capital del estado al puerto de Veracruz. Después, declararía la independencia de México e incitaría a los estados del Sureste a hacer lo mismo. Luego, iniciaría una campaña militar para conquistar el norte y anexionar así todo lo que era México y cambiarle el nombre a Veracruz, pero sin la ciudad de México porque ellos no hacen nada más que contaminar. Así que les impondríamos un asedio para que la ciudad colapsara. Sin el lastre que significa la ciudad de México, el nuevo país (Veracruz) tendría todos los recursos para dominar el mundo. A partir de ahí no me acuerdo si el plan era dominar Centroamérica o irnos directo contra Estados Unidos. Y sí, a los ocho años no veía mal matar de hambre y sed a 20 millones de personas. Finalmente, eran puros chilangos.
  5. En la secundaria, la maestra de español nos pidió que hiciéramos fichas bibliográficas de TODOS LOS LIBROS que habíamos leído en toda nuestra vida. A mí me pareció la tarea una exageración «¿Por qué TODOS?» «¿Por qué no dos, o tres, o diez si quiere muchos?». Me pasé una tarde copiando las fichas de TODOS los libros del estante de mi cuarto, y cuando ya llevaba más de cincuenta me dije «Ya no voy a copiar más fichas bibliográficas. Además, ¿cómo va a saber que no están todos los libros que he leído en mi vida? No puedo copiar todos, están los libros que he leído en casa de mi abuelo, y los que me prestaron ¿cómo voy a sacar su ficha?» Le entregué las fichas a mi maestra esperando que no se diera cuenta que no había puesto TODOS los libros que había leído en mi vida. Después, me mandó a llamar y yo me preocupé «¡Ya descubrió que no puse TODOS los libros!» Me presentó ante otros maestros para participar en un evento con otras escuelas donde hablaríamos de libros porque, según ella «¡este niño ha leído muchos libros!» No llegué a dicho evento porque ese día me desvelé leyendo y no me pude parar del sueño.
    En retrospectiva, me doy cuenta de lo tonto que era al creer que la maestra en verdad quería la ficha de TODOS los libros que había leído en mi vida. Quizá hubiera bastado si ponía dos, tres o diez.
  6. Entré al CCH porque quería estudiar Química Farmaco-Biológica (QFB) en la mejor universidad del país en ciencias exactas: la UNAM. En Veracruz no tenía muchas opciones para un bachillerato decente que me hiciera competitivo en el examen de admisión, así que opté por irme a vivir a la ciudad de México. Muchos familiares intentaron convencerme de que no lo hiciera «porque es una ciudad insegura donde te pueden asaltar y matar en cualquier lado». Mejor me quedaba en Veracruz, porque era muy tranquilo y la gente no se robaba ni un frutsi. Hoy mi familia me pregunta que para qué me quiero regresar a Veracruz, si la cosa está muy fea.
  7. No estudié QFB porque conocí a Polo Valiñas, quien tal vez es el único lingüista con sentido del humor que existe en México. Me metía a sus clases de náhuatl en el Instituto de Investigaciones Antropológicas y quedé fascinado con toda la poesía que se podía apreciar conociendo otras lenguas. Decidí que quería averiguar cómo las lenguas influyen en sus hablantes como un grupo social y por eso estudié sociología y lingüística.
  8. Tal vez esto sí lo saben muchas personas. He intentado suicidarme más de una vez en la vida. Me han diagnosticado Trastorno Afectivo Bipolar tipo II, que produce leves hipomanías (momentos de mucha euforia en las que te sientes superior a todos los demás o igual a Dios) y depresiones fuertes. He estado bajo medicación varias veces. Ahora, que llego a este punto tras escribir cosas que me parecen muy divertidas y agradables, no entiendo bien por qué he intentado matarme. Aún pienso seguido en el suicidio, pero hoy tengo más herramientas para alejar esas ideas de mí. Es como un demonio que entra cada que bajo la guardia. Si no me he suicidado, quizá es porque en verdad no quiero morir, solo a veces no sé cómo lidiar con mis sentimientos y me parecen demasiado fuertes e indomables. No tengo problemas en confesar que me he intentado suicidar, porque espero que otras personas que se sienten o se han sentido igual vean que no es algo que se deba ocultar. Creo que compartir lo que sientes hace más grandes tus placeres y vuelve a tus penas menos pesadas.
  9. Si han llegado a este punto, no les parecerá raro que mi primer beso fue hasta los 23 años y que fui un ejemplo de castidad masculina, llevada con estoicismo, durante 24 años. Sólo he tenido una novia, con quien viví durante más de un año y con quien descubrí sensaciones y sentimientos que solo había conocido en los libros y en las películas románticas pretenciosas que proyectan en la Cineteca. Aún no puedo estar con otra persona sin pensar en ella.
  10. Empecé a hacer Stand-Up hace como mes y medio los lunes en La Chica, por invitación de Guillermo Amador. La verdad, no sé qué me pasó por la cabeza que me hizo querer intentarlo, pues considero que, la mayor parte del tiempo, soy una de las personas más aburridas con las que puedes estar. Me animé, en parte, porque me parecía que la comedia en México se limitaba a hacer mofa de los pobres y los tontos, lo que me resulta de muy mal gusto y quería ver si podía pegar algo diferente. Me gustan Les Luthiers y  la comedia británica, como los Monty Python y quería hacer algo como ellos. Aún sigo intentando causar gracia, pero nadie capta mi hilarante humor inglés.

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La miseria competitiva

Como comenté en otra ocasión, una de las características que más apreciaba de Xanga era su capacidad de crear una comunidad cohesionada de blogueros. Podríamos no ser grandes escritores, pero al menos estábamos atentos a los escritos de nuestros pares. Atribuyo a los blogrings esa capacidad de cohesionar. Sin embargo, esa misma característica le confería uno de sus lados más oscuros: la miseria competitiva.

Muchos recordarán los blogrings pro Ana y mía donde se compartían y se aconsejaban tortuosas dietas para pesar menos de 50 kilogramos. Pero quienes estábamos diagnosticados con un trastorno psiquiátrico no nos quedábamos atrás y compartíamos nuestro cocktel y cómo, en ocasiones, lo mandábamos al carajo. Blogs con imágenes de cortadas y que engrandecían la histeria. No es raro que en la segunda versión de su mapa de comunidades online, Randall Monroe ubicara a Xanga en la bahía del Drama (Bay of Drama) mientras que en la primera versión está cerca de la bahía de la Angustia (bay of Angst).

Los blogs que manteníamos en Xanga no eran para mostrárselos a nuestra familia, compañeros de trabajo o a nuestros amigos menos cercanos, sino para ese extraño que, casualmente, podía sentir más empatía de nuestros pesares.

Facebook transformó esa dinámica. Decir que te sientes triste, deprimido o miserable en facebook puede poner a uno en una situación incómoda. No quieres darle explicaciones a tu familia extendida o a tu compañero de trabajo que solo saludas por compromiso sobre cómo te sientes.

Casualmente, uno se siente más triste si nota que las demás personas se encuentran más felices. Al menos eso parecen indicar algunos estudios sobre el comportamiento en esa red social ¿Acaso en Xanga nos sentíamos más felices al descubrir que había gente más miserable que nosotros? Tal vez era parte de su encanto. Pero también era una forma de conseguir la comprensión y el apoyo que no teníamos o no podíamos pedir de la gente cercana a nosotros.

Deppresion Comix

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Un dolor silencioso

Hace unos meses me caí de la bicicleta. Era un día lluvioso. Llevaba prisa. El pie se me resbaló del pedal, me fui de lado y mi costado pegó con la banqueta. Era un sábado en Ciudad Universitaria, así que no corrí el riesgo de interponerme frente a un carro, ni nadie fue testigo de mi vergonzosa caída.

El costado me dolió por un tiempo. Recordaba el dolor cada que intentaba levantarme, cada que lo olvidaba y me recargaba sobre él por descuido. Solo en una ocasión fue tan insoportable que tuve que quedarme en cama hasta que se pasara. Aún regresa en ocasiones y no sé si se trata de una lesión mal tratada. No suelo quejarme. Guardo silencio. Sé que se me olvidará aquel dolor en el costado.

Hace dos meses aproximadamente me hice otra herida. También procuro guardar silencio. Ahora se siente más fuerte que ese dolor en el costado. Pero se me pasará, lo sé, y podré ignorarla. Aunque temo que tanto ese golpe como esta herida busquen arraigarse en mis sentires cotidianos, y solo por no querer pedir ayuda.

«El tiempo cura las heridas». Pero desconfío un poco de su capacidad. Nunca me ha mostrado su cédula profesional.

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De recuerdos

Tal vez sea por esto
que pensar en un hombre
se parece a salvarlo.

Roberto Juarroz

Coleccionamos objetos como si fueran los recuerdos mismos. Creemos que una foto es el recuerdo mismo. Engaños de la mente. No son más que metáforas palpables de quienes fuimos, amuletos que nos sirven para invocar pensamientos. Los recuerdos no tienen realidad material, son evanescentes. Aunque en ocasiones se guardan en la memoria como si tuvieran un filo. De vez en cuando los tomamos sin precaución y nos hieren levemente. Inhalamos para evitar expresar algún gemido. Exhalamos. Se nos va un suspiro.

Cuando mi abuelo murió, todos los recuerdos de quien fue para mí se agolparon, como si fueran la tapa de una Doncella de Hierro -aquel sarcófago de clavos- que se cerraba conmigo adentro. No dolían los recuerdos en sí, sino la certeza de no poder coleccionar más de aquellos. Han pasado los años, y esos recuerdos se han vuelto más dóciles. Han perdido su punta lacerante.

Recordar a alguien vivo es distinto. «¿Se acordará de mí?» nos preguntamos, mientras tratamos de entender cómo se separaron aquellos destinos. «¿Recordará algo de aquella larga plática que se desenvolvía como si el tiempo fuera solo una quimera para entretener a los filósofos y a los físicos?». Algunas de esas personas se alejaron sin que entendiéramos qué hicimos para volvernos malas compañías. De otras, nos alejamos y ahora tratamos de entender si los motivos eran suficientes para hacerlo. Para justificarnos, sostenemos el último recuerdo -el menos grato de todos los acumulados- y asentimos, mientras ocultamos torpemente la duda que busca asomarse.

Casi no salgo los fines de semana. Son días de ensimismamiento. Me visitan los recuerdos. Pienso en aquellas personas que seguramente no piensan en mí. ¿Guardarán algún recuerdo, como yo lo hago, que les sirva para recordar que hubo momentos de alegría? Y luego, un suspiro.

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