El día de la renta está por venir. Me estoy comiendo mis ahorros, aunque aún no me pagan la última quincena de mi trabajo anterior (aún no he ido por ella). El panorama empezó a pintar peor cuando noté que la flama del gas estaba languideciendo.
Un tanque de gas no cuesta demasiado si pensamos que me dura seis meses, pero pagar doscientos y pico de pesos de gas no estaba en mis planes. Debería haber estado, pues ya tenía seis meses sin cambiar el tanque. En todo caso, me estaba haciendo a la idea de vivir sin gas y seguir una dieta crudivegana, mientras me preparaba mi último plato de lentejas, cuando pensé que sería una buena idea para trabajar prepararme una taza de café.
En ese momento, recordé que el café requiere de agua caliente para prepararse, el agua la caliento con fuego y el combustible para producir fuego más práctico que tengo es el gas. Ustedes no saben el sentimiento de angustia que me ha causado darme cuenta de esto.