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Los afromestizos en la tragicomedia mexicana

Publicado en De-Veritas

Es común escuchar un parafraseo a Karl Marx proveniente de El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte: «La historia se repite, primero como tragedia y después, como comedia.»  Pero en México, como si estuviéramos influidos por aquella concepción circular de algunas culturas prehispánicas en las que el pasado remoto es de la misma naturaleza que el futuro remoto, solemos hacer de nuestra propia historia una tragicomedia. A pesar de la sacralización de la historia patria, no falta quien señale aquel carácter. Pongamos algunos ejemplos: sobre la conquista, La destrucción de todas las cosas de Hugo Hiriart;  sobre la independencia, Los pasos de López de Jorge Ibargüengoitia.

Es por estas fechas que me acuerdo de la novela de Jorge Ibargüengoitia y de la extraña historia del alzamiento armado que inició en el pueblo de Dolores, incitado por el cura Miguel Hidalgo. Ignacio Pérez -y no Ignacio Allende como se suele confundir- avisó a los conspiradores de San Miguel y Dolores, por instrucciones de la apresada Josefa Ortiz de Domínguez, que la conspiración había sido descubierta. La premura provocó que se tuviera que confiar en una masa desorganizada y mal armada, pero eso sí, enardecida por las injurias de siglos. Si Hidalgo logró verdaderamente reunir de unos campanazos a esa masa, es puesto en duda, pero que el Ejército Insurgente contaba con ella al llegar a Guanajuato es indiscutible.

El plan político de Hidalgo al inicio de la campaña también tiene un aire de misterio. Qué dijo para motivar a la población a unirse a su causa es ignorado. Las arengas al final hacen dudar que buscara la independencia de España, pero no hay duda de que buscaba una revolución:

¡Viva Fernando VII!, ¡viva América!, ¡viva la religión y muera el mal gobierno!

Octavio Paz, en El laberinto de la soledad, señala acertadamente las diferencias de la insurgencia mexicana frente a la sudamericana. Le parece que las proclamas exigen reformas sociales más que la independencia. Es verdad, Hidalgo abole la esclavitud en Guadalajara, mas no exige la independencia. Quien se plantea primero esto en una proclama es un afromestizo: José María Morelos. Muy probablemente el padre Pinole en la obra de Ibargüengoitia sea una referencia a él, a quien describe como «prieto, grande, con una boca que fruncía para hacer parecer más chica.»

Sin embargo, un par de siglos antes de la gesta independentista la negada raíz negra luchó por la libertad en territorio novohispano con éxito. Gaspar Yanga fundó San Lorenzo de los Negros en 1570, conformado por negros cimarrones, pueblo que hoy en día adopta el nombre de su libertador. Los españoles trataron poner fin a la rebeldía de sus esclavos para que no sirvieran de mal ejemplo  y, fracasando en su intento, tuvieron que aceptar su libertad.

El Ejército Insurgente, tras la muerte de Morelos e Hidalgo, se encontraba desgastado. El virrey Juan Ruiz de Apodaca logró convencer a varios jefes insurgentes de deponer las armas. Sin embargo, el espíritu independentista se mantuvo en la montañas del sur gracias a la tenacidad de Vicente Guerrero, quien conocía mejor que nadie la región. Su piel oscura y sus apretados rizos no ocultaban su herencia afromestiza. No cedió a los ofrecimientos del general realista, Agustín Iturbide, de reconocerle su rango militar y de ofrecerle el gobierno sobre el territorio que controlaba. Sólo aceptó aliarse con él cuando Iturbide estuvo dispuesto a luchar también por la independencia.

En la tragicomedia histórica mexicana, donde los mismos héroes a veces reflejaban posiciones titubeantes y contradictorias, inspiradoras de la picardía de literatos, los afroamericanos han jugado una posición más firme en la búsqueda por la libertad, quizá por aquella memoria consciente o inconsciente de la esclavitud padecida.

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