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La vida de a grapa

Publicado en De-Veritas

Hacerse leer cuesta trabajo; que te paguen para que te lean,  suena iluso; que alguien pague por una letras, parece de locos. Ahora, que haya quien pague por leer poesía, se escucha sospechoso. Y uno no puede quejarse. por lo tanto, de regalar su trabajo. Porque finalmente, escribir no es un trabajo, es algo que haces en tu tiempo libre por gusto. Leer es trabajoso ¿por qué habrías de pagar por ello?

Yo evito pagar por lo que sea. Sólo hay algunos gastos que se me imponen como inevitables: comida, ya que a ciertas horas del día no hay quien me invite ni un taco; casa, porque los fondos de los puentes no son tan cómodos como en las películas aparecen; transporte, porque la bicicleta a veces falla y hay que parcharla de vez en cuando, cambiarle la llanta o usar transporte público porque ya qué. Para todo lo demás, tengo mis formas de conseguirlo de a grapa. De vez en cuando hago un gasto lujoso para un regalo de alguien que aprecie -a veces esa persona soy yo-, pero por lo general, sé cómo hacerme de las cosas de a grapa y la formas que no las sé, las descubro luego.

El jueves pasado descubrí otra forma de leer libros de a grapa. Más que «descubrí», debiera decir, «me atreví». Ya había pensado aquella treta, pero no se había dado ni la ocasión ni el texto para hacerlo. Sucedió paseándome por la librería de la Cineteca. No tenía ganas de ver una película, y ver los libros se presentó como alternativa. Al principio, caminé un poco decepcionado por los estantes. Los mismo títulos de siempre, los que se ven en todos lados era los que me encontraba. Nada atrapaba mi atención y ese día era particularmente difícil hacerlo, ya que en realidad no quería poner atención a nada.

Después de merodear los dos pisos, volví a la entrada donde se encontraban los primeros estantes que extrañamente eran los únicos que no había visto aún. Se exhibían las novedades, que llamaron por mi atención, atención que les negué sin miramientos cuando entré. Había un libro sobre Bernardo Fernández (Bef) que no estaba ilustrado por él, editado por Almadía. Una bonita edición, como suelen ser las de esa editorial, pero lo bonito no me interesaba en ese momento. Preferí hojear a dos autores editados por Tierra Adentro. De uno no recuerdo su nombre, lo cual es una lástima porque quería buscarlo después. El otro sí lo recuerdo, pero si no he de hablar bien de él prefiero no mencionarlo. Al final, me encontré delante de un prado una vaca de …

¡Perdón! Debo usar el formato adecuado para evitar confusiones. Al final, me encontré Delante de un prado una vaca de Fabio Morábito. No me haré el erudito. Al poeta no lo conocía mas que por oídas. «Oídas» es un decir, porque eran tanto oídas como leídas. Ambos casos, me parece, Erick Ampersand tenía responsabilidad. En una inspección a una librería de viejo en que lo acompañé, lo mencionó. Y recientemente le leí una reseña del último libro de Morábito, El idioma materno.  Con la confianza que me daban las referencias, tomé el libro editado en pasta dura, escrito gracias a una beca del FONCA. Leí los primeros poemas, y revisé el precio. Dudé por un momento que se tratara de un libro de poesía, ya que si la poesía no se lee, menos se vende, y menos aún cuando es a un precio que representa la tercera parte de mi sueldo quincenal. Sí, era un libro de poesía. A sabiendas que no iba en ese momento a comprarlo, ni me lo iban a regalar para mi cumpleaños -¡ya próximo! No olviden festejarme por el mérito de aún  estar vivo -no tuve empacho de continuar con los poemas de en medio. Para los poemas del final, yo ya estaba cansado, así que fui a sentarme en unas sillas poco cómodas que tiene la librería para quienes quieren jugar con unas tabletas expuestas sin tener en claro yo con qué objetivo.

Los últimos versos los leí con angustia. La librería estaba por cerrar y me faltaba ya tan poco por terminar. Era el inconveniente del método. Creo que un libro de poesía no es para empezarlo o para terminarlo, sino para tenerlo de compañero. Es para tratar de retener sus palabras -las llegadoras -para releerlo y observar la característica de sus estrofas con detenimiento -el ritmo, la métrica, la cadencia -, para memorizar lo mejor dentro de él, y memorizar requiere su tiempo. Así que yo leía tratando de retener en mí memoria lo más que podía, mientras también me empeñaba por abarcar la totalidad de su contendido, para no quedarme en la noche con una sensación de incompletitud.

Acabé el libro y salí del lugar. Los vigilantes no parecían recriminarme mi tacañería. Aún así, sentía algo de culpa. Rara vez me pagan por lo que escribo y tal vez se debe a que rara vez pago por lo que leo. ¿Karma?  O tal vez no se deba a eso, sino a que hay muchos como yo, que no están en disposición de pagar, porque si de pagar se trata, hay que pagar la renta, la comida y el transporte. Uno busca ganarse la vida, y a veces ese «ganarse la vida» es buscar que la vida le salga de a grapa.

El libro de Morábito me ha acompañado desde aquel jueves. Dejo en claro que me ha acompañado en el mismo sentido de un «te llevo en el corazón». Aún no me he atrevido a otras cosas más riesgosas para vivir de a grapa. Diría más sobre él, pero no tengo cómo citarlo.

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#08 El alma comunista (y Las lenguas de América)

 
Otra tira inspirada en las sabias conversaciones cecehacheras que dieron existencia a la libreta de las frases célebres. Hoy, platicando con un compañero, llegamos a la conclusión: «Cecehachero una vez, cecehachero por siempre.»

Si existe el deseo de adentrarse en la discusión marxista sobre «conciencia», Georg Lukács (que nada tiene que ver con Star Wars) es un buen autor para comenzar.

Ya siendo ayer, fui al «IV Festival de Poesía de  las lenguas de América», que guardó memoria a Carlos Montemayor. No es gratuito y es lo menos que se podría esperar, ya que Carlos Montemayor fue el principal impulsor de  este festival. Y un poco más de lo que se podría esperar, el día de ayer se publicó en Gaceta UNAM (p. 23) que el «Festival de Poesía de las lenguas de América» se pasaba ahora a llamar » Festival de Poesía de las lenguas de América Carlos Montemayor» y adquiere el carácter de festival permanente, de presentación bianual.

Sobre este festival, comentaré que la primera vez que fui a él fue hace cuatro años. El presentador era Carlos Montemayor, que con impecable retórica invitaba a conocer y a escuchar a cada una de las lenguas presentadas. Mencionaba que tan sólo en México se calculaban más de 100 lenguas, de las que quedan 68, con sus 364 varientes.

La UNAM reconoció en Carlos Montemayor un «pilar de la literatura y del pensamiento político del México Contemporáneo.»

Miguel León-Portilla, tras la presentación de José de Val, habló de la persona que fue Carlos Montemayor, diciendo con atino que con su pérdida «México se empobrece».

Del festival, no puedo decir más de lo que dijeron los doce poetas que participaron en él. Cinco poetas de lenguas nacionales (Angélica Ortiz, wixarica; Irma Pineda,zapoteca; Briceida Cuevas, Maya; Natalia Toledo, Zapoteca y Natalio Hernández, náhuatl), tres en lenguas indígenas del resto del continente (Odi Gonzales, Quechua; Elicura Chiuailaf, Mapuche; Susy Delgado, Guaraní) y cuatro poetas de las lenguas indoeuropeas más habladas en el continente (Albert Moritz, inglés; Paul Bélanger, francés; Lêdo Ivo, portugués; Hugo Gutiérrez, español). Varios de esos poetas Montemayor los formó, los tradujo o los dio a conocer, por lo que cada uno le dio su reconocimiento.

Perdimos a Montemayor, pero su legado muestra sus frutos. Cito unos versos de Angélica Ortiz para terminar:

Tsuariya mikayutua,

maiweti mi?ane, meiti?enietiyeika
xeikia kemi
?ane mitatsuaka,

tsi ta?iyaritsiepaiti hatineikati
mi
?ane

?aimieme xei ?ukai ?aixi
retsuarieti
?aixi yeme
kana
?aneni.

(El llanto no se vende,

el llanto es sagrado para aquel
que lo llora,

y una lágrima bien llorada merece
respeto por aquel que no la llora.)

edit it: MAÑANA RESPUESTAS

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¿Hay algún humano que no sufra?


Hace ya un par de años, en la casa de Santo Domingo, le recité a Albino el poema de Rubén Darío que tan seguido recuerdo (lo Fatal). Después, él recitó «Reír Llorando». El poema es desgarrador y lo recordé en seguidas ocasiones, pero no lograba recordar ni su título ni que el autor era Juan de Dios Peza. Leí unos versos después, citado por El Fisgón en un libro sobre el humor. No reconocí el poema, aunque recordé la historia de Garrick, recitada por Lalo. Me grabé el nombre y el autor. Caigo en cuenta que dos poemas que pretendía buscar eran el mismo.

He compartido el poema con mi jefe, un tipo aparentemente siempre alegre. Me dijo «Si mañana me suicido, es por tu culpa, pinche Papas». Su respuesta me ha hecho preguntarme si, en todas esas personas alegres que he conocido —a algunas que incluso he envidiado su placer por la vida— hay alguna que en realidad no sufra, ni simule su alegría.

Me cuesta trabajo ser indiferente a la masa que se mueve conmigo en el metro, mientras pienso en que cada uno de ellos sufre, se lamenta por su vida, no encuentran salida a su situación y sólo se dejan llevar por la inercia de la rutina ¿En dónde encuentran consuelo todo ellos?

Quizá sería feliz si puediera ayudarlos, pero no puedo.

Reír llorando

Viendo a Garrik —actor de la Inglaterra—
el pueblo al aplaudirle le decía:
«Eres el más gracioso de la tierra
y el más feliz…»
                                 Y el cómico reía.

Víctimas del spleen, los altos lores,
en sus noches más negras y pesadas,
iban a ver al rey de los actores
y cambiaban su spleen en carcajadas.

Una vez, ante un médico famoso,
llegóse un hombre de mirar sombrío:
«Sufro —le dijo—, un mal tan espantoso
como esta palidez del rostro mío.

»Nada me causa encanto ni atractivo;
no me importan mi nombre ni mi suerte
en un eterno spleen muriendo vivo,
y es mi única ilusión, la de la muerte».

—Viajad y os distraeréis.
                                              — ¡Tanto he viajado!
—Las lecturas buscad.
                                          —¡Tanto he leído!
—Que os ame una mujer.
                                                —¡Si soy amado!
—¡Un título adquirid!
                                      —¡Noble he nacido!

—¿Pobre seréis quizá?
                                          —Tengo riquezas
—¿De lisonjas gustáis?
                                          —¡Tantas escucho!
—¿Que tenéis de familia?
                                              —Mis tristezas
—¿Vais a los cementerios?
                                                —Mucho… mucho…

—¿De vuestra vida actual, tenéis testigos?
—Sí, mas no dejo que me impongan yugos;
yo les llamo a los muertos mis amigos;
y les llamo a los vivos mis verdugos.

—Me deja —agrega el médico— perplejo
vuestro mal y no debo acobardaros;
Tomad hoy por receta este consejo:
sólo viendo a Garrik, podréis curaros.

—¿A Garrik?
                        —Sí, a Garrik… La más remisa
y austera sociedad le busca ansiosa;
todo aquél que lo ve, muere de risa:
tiene una gracia artística asombrosa.

—¿Y a mí, me hará reír?
                                              —¡Ah!, sí, os lo juro,
él sí y nadie más que él; mas… ¿qué os inquieta?
—Así —dijo el enfermo— no me curo;
¡Yo soy Garrik!… Cambiadme la receta.

¡Cuántos hay que, cansados de la vida,
enfermos de pesar, muertos de tedio,
hacen reír como el actor suicida,
sin encontrar para su mal remedio!

¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora!
¡Nadie en lo alegre de la risa fíe,
porque en los seres que el dolor devora,
el alma gime cuando el rostro ríe!

Si se muere la fe, si huye la calma,
si sólo abrojos nuestra planta pisa,
lanza a la faz la tempestad del alma,
un relámpago triste: la sonrisa.

El carnaval del mundo engaña tanto,
que las vidas son breves mascaradas;
aquí aprendemos a reír con llanto
y también a llorar con carcajadas.

Juan de Dios Peza

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