Archivo mensual: abril 2017

La Rana

I

Yo tenía amarrada a mi hermana con un mecate en el patio de la privada. La arrastraba, mientras ella luchaba por escapar. Habrá tenido cuatro años, yo seis. Cuando Lulú, una vecina que nos solía cuidar, nos vio, salió y me regañó.

¡Juan Paulo! ¿Por qué tratas así a tu hermana? ¿No ves que es una dama?

No tuve tiempo de pensar en mi defensa cuando mi hermana, indignada, le contesta:

No soy una dama, soy una vaquera.

II

Mi hermana se llama Ana. Le apodamos «Rana» por sus ojos grandes. Cuando la recuerdo de niña, me la imagino chimuela, con pantalones de mezclilla rotos, camisa desacomodada y el cabello largo y desordenado.

Mi hermana y yo nos peleábamos seguido, ya sea como juego o por broncudos. A ella nunca le importó que fuera  dos años y medio mayor que ella, menos que fuera hombre. Se agarraba a golpes conmigo. Me daba patadas, puñetazos y mordidas y no se rendía hasta que llegaban a separarnos o hasta que empezaba a llorar.

Ya sabía que si lloraba, a mí me iría peor con la chancla o el cinturón. En esos momentos debía hacer las tonterías más graciosas para calmarla y hacerla reír.

¡Mira, Ana! Mi mano me está atacando —por ejemplo. Poco a poco se iba calmando.

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Mi hermana, mi madre y yo.

III

Cuando empecé a leer, quería enseñarle todo lo que aprendía en la escuela a mi hermana. Me enojó que nadie me quisiera enseñar a leer y hacer sumas en preescolar. Yo quería que mi hermana fuera más inteligente que yo, así que, contra su voluntad, la sentaba a hacer sumas y planas.

Dicen algunos que uno también lastima queriendo ayudar. A veces me pregunto si no le genereré a mi hermana alguna aversión a la escuela, haciendo que aprender lo viera como una actividad desagradable.

IV

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La típica imagen del papá ayudando al hijo a pedalear no existió para mi hermana, ni para mí. Si aprendí a andar en bicicleta, fue gracias a mi orgullo y a ella.

Yo tenía una bici azul claro con dos ruedas de apoyo. Ella le quitó a la bici las ruedas de apoyo y a trompicones empezó a andar. La veía como caía al suelo una y otra vez. Me sentí amenazado cuando comencé a ver que mantenía el equilibrio y se movía como ella quería en la bicicleta.

¿Mi hermana menor aprendía a andar en bici antes que yo? Le pedí que me diera la bici y yo me dí mis propios golpes. Rápido la alcancé en destreza.

Por orgullo les diría que aprendí solo a andar en bicicleta. La verdad es que mi hermana fue quien me enseñó.

V

No recuerdo por qué nos peleamos en una ocasión, pero mi madre nos sentó a mi hermana y a mí para hablar de lo que sentíamos. Tampoco recuerdo qué habrá dicho Ana o si habrá dicho algo. Lo único que recuerdo bien es lo que sentía, lo que pensaba y lo que dije en esa ocasión. Sentía mucho enojo. Pensaba cómo lastimarla lo más posible. Le dije:

Te odio.

Mi hermana se soltó a llorar. Mi madre lloró también. Me retiré de la mesa y me fui al cuarto para no mostrar los sentimientos grabados en el rictus. Logré mi cometido. Con dos palabras lastimé más a mi hermana que todos los rasguños o jalones de greña que nos dimos. Me arrepiento de ello.

Después de ese día, mi hermana y yo evitábamos hablarnos. No nos dijimos nada amable en muchos años.

VI

Cuando se habla de los orígenes de la diversidad, un ejemplo que suele salir a tema es el de los hermanos. ¿Cómo dos personas, criadas en el mismo entorno familiar, pueden ser tan distintas? La verdad es que los hermanos rara vez viven situaciones similares.

Me queda claro que mi hermana y yo vivimos cosas muy distintas. Aunque vagamente, recuerdo que mis padres alguna vez estuvieron juntos. Mi hermana, en cambio, no tenía más de seis meses cuando mis padres se divorciaron. A mí me ponían como ejemplo a seguir. A mi hermana le recriminábamos por mentir, por pelear, por desobedecer, por no entender los temas de la clase. Yo decidí salir de la casa de mi madre para irme a estudiar a la ciudad de México cuando tenía quince años. Ella decidió salirse de la casa de mi madre y dejar de estudiar para vivir con su novio cuando tenía trece años.

VII

A los dieciete años, mi hermana tenía la secundaria inconclusa y se ganaba la vida haciendo la limpieza en casas ajenas. A esa edad quedó embarazada. No sé qué habrá pensado ella en todo ese tiempo, pero no se quedó impasible. Acabó la secundaria y al poco tiempo concluyó también la preparatoria. Lo logró un poco con ayuda de la familia, un poco con voluntad.

Mi hermana se fue a vivir a Guadalajara y en los últimos años se ha dedicado a trabajar, a estudiar la universidad y a cuidar a su hijo. Cuando pienso en su vida reciente la recuerdo en la bicicleta, dando trompicones e intentando aprender a mantener el equilibrio sin que nadie la sostenga.

VIII

Ayer mi hermana me intentaba dar ánimos en un mensaje por teléfono. Me preguntó cómo estaba y le dije que me sentía desganado. Ella me escribió:

—No lo estés.

Le contesté agriamente.

Oye, gracias. Ya no lo estoy.

Ya sé que eso no ayuda para sentirse mejor, pero intento echarte ánimos. A mí nadie me echa ánimos y me los tengo que echar yo solita.

Después de su mensaje, pensé en todo el tiempo que la dejamos sola. Recuerdo más veces en que se le regañó y se le dijo todo lo que hacía mal, que felicitaciones por algo que hacía. Quizá se hubiera ahorrado unos cuantos madrazos si alguien la hubiese apoyado.

He escrito esto para ella. Para hacerle saber que, aunque no lo crea, la admiro por saber aguantar los golpes y aprender de ellos. Que estas palabras sirvan para echarle ánimos.

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