Hace ya un par de años, en la casa de Santo Domingo, le recité a Albino el poema de Rubén Darío que tan seguido recuerdo (lo Fatal). Después, él recitó «Reír Llorando». El poema es desgarrador y lo recordé en seguidas ocasiones, pero no lograba recordar ni su título ni que el autor era Juan de Dios Peza. Leí unos versos después, citado por El Fisgón en un libro sobre el humor. No reconocí el poema, aunque recordé la historia de Garrick, recitada por Lalo. Me grabé el nombre y el autor. Caigo en cuenta que dos poemas que pretendía buscar eran el mismo.
He compartido el poema con mi jefe, un tipo aparentemente siempre alegre. Me dijo «Si mañana me suicido, es por tu culpa, pinche Papas». Su respuesta me ha hecho preguntarme si, en todas esas personas alegres que he conocido —a algunas que incluso he envidiado su placer por la vida— hay alguna que en realidad no sufra, ni simule su alegría.
Me cuesta trabajo ser indiferente a la masa que se mueve conmigo en el metro, mientras pienso en que cada uno de ellos sufre, se lamenta por su vida, no encuentran salida a su situación y sólo se dejan llevar por la inercia de la rutina ¿En dónde encuentran consuelo todo ellos?
Quizá sería feliz si puediera ayudarlos, pero no puedo.
Reír llorando
Viendo a Garrik —actor de la Inglaterra—
el pueblo al aplaudirle le decía:
«Eres el más gracioso de la tierra
y el más feliz…»
Y el cómico reía.Víctimas del spleen, los altos lores,
en sus noches más negras y pesadas,
iban a ver al rey de los actores
y cambiaban su spleen en carcajadas.Una vez, ante un médico famoso,
llegóse un hombre de mirar sombrío:
«Sufro —le dijo—, un mal tan espantoso
como esta palidez del rostro mío.»Nada me causa encanto ni atractivo;
no me importan mi nombre ni mi suerte
en un eterno spleen muriendo vivo,
y es mi única ilusión, la de la muerte».—Viajad y os distraeréis.
— ¡Tanto he viajado!
—Las lecturas buscad.
—¡Tanto he leído!
—Que os ame una mujer.
—¡Si soy amado!
—¡Un título adquirid!
—¡Noble he nacido!—¿Pobre seréis quizá?
—Tengo riquezas
—¿De lisonjas gustáis?
—¡Tantas escucho!
—¿Que tenéis de familia?
—Mis tristezas
—¿Vais a los cementerios?
—Mucho… mucho…—¿De vuestra vida actual, tenéis testigos?
—Sí, mas no dejo que me impongan yugos;
yo les llamo a los muertos mis amigos;
y les llamo a los vivos mis verdugos.—Me deja —agrega el médico— perplejo
vuestro mal y no debo acobardaros;
Tomad hoy por receta este consejo:
sólo viendo a Garrik, podréis curaros.—¿A Garrik?
—Sí, a Garrik… La más remisa
y austera sociedad le busca ansiosa;
todo aquél que lo ve, muere de risa:
tiene una gracia artística asombrosa.—¿Y a mí, me hará reír?
—¡Ah!, sí, os lo juro,
él sí y nadie más que él; mas… ¿qué os inquieta?
—Así —dijo el enfermo— no me curo;
¡Yo soy Garrik!… Cambiadme la receta.¡Cuántos hay que, cansados de la vida,
enfermos de pesar, muertos de tedio,
hacen reír como el actor suicida,
sin encontrar para su mal remedio!¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora!
¡Nadie en lo alegre de la risa fíe,
porque en los seres que el dolor devora,
el alma gime cuando el rostro ríe!Si se muere la fe, si huye la calma,
si sólo abrojos nuestra planta pisa,
lanza a la faz la tempestad del alma,
un relámpago triste: la sonrisa.El carnaval del mundo engaña tanto,
que las vidas son breves mascaradas;
aquí aprendemos a reír con llanto
y también a llorar con carcajadas.
Juan de Dios Peza