Archivo mensual: noviembre 2014

Policías Golpeadores y Represores (PGR)

Publicado en De-Veritas

Los primeros informes sobre lo ocurrido en Ayotzinapa decían que la policía disparó a matar a los estudiantes desarmados de la Escuela Normal “Isidro Burgos”. Quienes sobrevivieron, fueron llevados al Ministerio Público y después, entregados a la banda de narcotraficantes Guerreros Unidos. Sin embargo, la gran cantidad de mandos policiales involucrados en los hechos hacen pensar que los policías eran el narco.

En Tlatlaya, mandos militares fueron los responsables de ejecutar a jóvenes por supuestamente pertenecer a una banda de narcotraficantes. Supuestamente, porque a falta de juicio y sobrevivientes, no sabremos si se trataban realmente de eso. No hay justificación para el acto: los pusieron en el paredón y dispararon, en un país que ni se encuentra en guerra, ni tiene aceptada la pena de muerte.

Estos mando armados tendrían la obligación de proteger a la población de la violencia, sin embargo, son los principales promotores de ella. Cuando los detienen, las autoridades se deslindan y los señalan como malos elementos, que no representan al grueso de las fuerzas de orden y que actuaron a título personal. Sin embargo, la cantidad de excepciones son preocupantes, como si hubiera una epidemia de indisciplina.

Estos actos de violencia policiaca, tan cercanos en tiempo al discurso del Presidente sobre las medidas a tomar para evitar que actos como los sucedidos en Iguala se repitan, pintan el escenario nacional con una gris ironía. Si el problema ha sido el abuso de autoridad en los municipios, entonces deciden que la policía deberá ser controlada por niveles más altos, mandos únicos estatales.

En estados como Veracruz, Tamaulipas, Puebla y Tabasco, donde sus exgobernadores han sido señalados por sus vínculos con el narcotráfico u otros grupos delincuenciales, la idea no solo es mala, es malísima. Si un alcalde se siente con el poder para mandar a matar y desaparecer por el puesto que le concede una pequeña comunidad ¿qué hará un gobernador?

La Policía Comunitaria-CRAC de Guerreo, los comuneros de Cherán y las autodefensas que comandaba Mireles ­­­­-porque de las actuales fuerzas rurales, no se sabe qué tan pías puedan ser, han sido mandos que han mostrado mayor eficacia en el combate a la criminalidad. Simplemente las CRAC llegó a reducir un 90% la incidencia criminal en la región, que no es poco decir por estar en uno de los estados más violentos del país.

Los intentos fallidos por restablecer la credibilidad de sus Golpeadores y Represores de parte de arriba se debe a la naturaleza de su propia receta. Pretenden que en ese “natural” fluir del poder de arriba a abajo, sea desde arriba que se solucione el problema. Sin embargo, los resultados más efectivos se han logrado cuando la organización de la seguridad se da desde abajo, del pueblo organizado.

Sus Policías Golpeadores y Represores solo se atreven a enfrentarse contra estudiantes escuálidos. Los detenidos el 20 de Noviembre, tanto en el Aeropuerto como en el Zócalo, se encuentran ahora todos libres, después de señalarlos como los peores criminales que existen en el país, personas que tiran a matar y golpean sin compasión. Es decir, parecían policías y militares

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El hombre femenino

Publicado en Hysteria

Fui travesti. Me ponía tacones y me pintaba los labios. Con las sábanas, intentaba hacerme el mejor vestido posible cuando no se sabe corte y confección. Tenía cuatro años y no veía nada malo en eso. Era un juego. Si jugaba a ser doctor, a ser director de orquesta o a ser detective privado ¿por qué no podía jugar a ser una diva?

Mi madre no lo vio tan normal. Creyó que mi comportamiento se debía a la ausencia de una figura paterna a quién imitar —yo que sé si tenía razón o se equivocaba. No me prohibió el juego, pero a la hora del baño, ella jugaba a que tenía una gran barba de jabón y se rasuraba. Me gustaba cómo se veía mi mamá con esa gran barba blanca. Me gustaba cómo me veía yo con esa gran barba blanca, así que empecé a jugar con el jabón en cada baño, como mi mamá me había mostrado, un juego que mantuve hasta la pubertad, cuando me empezó a brotar el vello facial.

No creo que haya sido por esa sutil intervención materna que dejé de ser travesti. Simplemente, el juego me aburrió, como me aburrió jugar al doctor o al director de orquesta o al detective privado. Pero cada que me preguntan por qué no soy normal, recuerdo que fui travesti, y que nunca me pareció eso extraño.

Nunca he podido entender en qué consiste su normalidad y en qué consiste mi rareza, ni me he podido percatar de qué es lo que hago para suscitar su extrañeza.

No me comporto como hombre —aunque ya no sea travestí—. No sé cómo debe comportarse un hombre, pero sé que, en ocasiones, no me comporto como esperan que se comporte un hombre. En más de una ocasión alguien me ha dicho, sorprendido, que juraba que yo era gay. Si les pregunto por qué, suelen mencionar mis movimientos, mi forma de hablar y otros elementos que yo no puedo observar en mí. No soy extraño para ellos por tener gustos sexuales distintos a la mayoría, sino por no tenerlos y no actuar acorde a ello, acorde a como se supone que debe actuar un hombre.

No me molesta, me divierte. Me entretiene confundir a la gente, ver su reacción al ver sus prejuicios confrontados. Aunque no siempre es tan divertido. Muchas personas —afortunadamente, he conocido pocas— suelen reaccionar violentamente ante el comportamiento que se sale de sus concepciones. Pueden expresarlo en el molesto sermón, señalándote cómo debería comportarse alguien de tu edad y género, pero también pueden expresarlo con menos sutileza.

El hombre femino puede encontrarse en formas más peculiares. Un amigo me comentaba sobre una chica gamer que conoció en los foros de Macintosh y le llamó la atención porque daba las mejores respuestas a las preguntas de los usuarios. Para su desilusión, era lesbiana.

—Bueno, no estoy seguro de que sea lesbiana —me comenta.

—¿Bisexual? —le pregunto.

—No, le gustan exclusivamente las mujeres, pero no estoy seguro de llamarla “lesbiana”.

Su amiga se había sometido a tratamientos hormonales desde hacía varias años atrás. Biológicamente, es un hombre heterosexual. Culturalmente, provoca paradojas lógicas definir… ¿lo, la?

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Eliminar la diferencia por altruismo

Publicado en Hysteria.mx

No necesitamos cambiar nuestra cultura, nuestra vestimenta, nuestra lengua, nuestra forma de rezar, nuestra forma de trabajar y respetar la tierra. Además, no podremos dejar de ser indígenas para ser reconocidos como mexicanos. No nos pueden quitar lo que somos, si somos morenos no nos pueden convertirnos en blancos. Porque nuestros abuelos resistieron más de 500 años el desprecio, la humillación y la explotación. Y seguimos resistiendo. Ya nunca nos podrán humillar ni acabar.

-Comandanta Esther, 9 de agosto de 2003

Se denuncia constantemente la discriminación como expresión del odio, desde sus formas menos violentas -el insulto en la calle, la prohibición de la entrada a negocios por exhibir ciertos genotipos, etc.- hasta sus formas más extremas -la limpieza étnica, el asesinato selectivo. Sin embargo, otra forma de discriminación suele pasar desapercibida: la discriminación que pretende ser una política altruista.

Con este tipo de discriminación, no me refiero a la llamada “discriminación positiva” que impone cuotas para garantizar la participación equitativa de la población, sino a la discriminación que pretende eliminar el elemento que se identifica como factor de la discriminación y de esta forma ayuda a la población discriminada.

El ejemplo más caricaturizado es la clínica psiquiátrica o el grupo de oración que ayudará, ya sea con el poder de la ciencia médica o de Dios, a curar la homosexualidad. La Asociación Norteamericana de Psicología (APA, por sus siglas en inglés) aceptó, después de muchos años, que la homosexualidad no era una enfermedad mental y que las terapias para revertirla ocasionan más problemas -depresión, intentos suicidas- que beneficios para quienes se someten a ellas. A pesar de estas evidencias, las terapias para corregir la homosexualidad aún existen (v.gr. Curar la homosexualidad: Terapia reparativa).

Sin embargo, este tipo de discriminación altruista se ha presentado de formas más sutiles, vista como un proceso natural en la conformación de las nacionalidades, y como una forma de permitir que los grupos marginados formen parte de la sociedad mayor en igualdad de oportunidades. Estas ideas en ocasiones sobrepasaron los discursos con pretensiones filantrópicas y se volvieron política de Estado.

El indigenismo mexicano nos ofrece los ejemplos más ilustrativos de este tipo de discriminación. Se suele comentar que, a diferencia del vecino del norte, al menos en México no se segregó a la población indígena encerrándola en reservas, lejos de la sociedad principal. Sin embargo, el altruismo de la política indígena mexicana es cuestionable.

Es cierto, en México nunca se ha pretendido segregar al indio, pero esto no quiere decir que su contraparte practicada sea más humanitaria: que el indio renuncie a su ser indio.

En 1940, por iniciativa de varios políticos y científicos sociales mexicanos, se convoca a un Congreso en la ciudad de Pátzcuaro, donde se discutiría la cuestión indígena del continente. De este congreso nace el Instituto Indigenista Interamericano (III) cuyo propósito era investigar y sugerir soluciones para la población originaria del continente.

Es llamativo lo que ven como problema la mayoría de estos investigadores en la población originaria.: su alimentación es deficiente porque casi no comen carne, huevos y leche; su lengua les impide participar como ciudadanos, porque no se escribe ni se habla en las Instituciones Oficiales; su sistema de impartición de justicia está lejos de fundamentarse en el derecho positivo; las mujeres paren en postura vertical, y con ayuda de matronas con dudosa preparación médica; sus enfermedades las curan con hierbas cuyas propiedades y usos se transmiten de forma oral, y no con medicamentos probados en laboratorios; sus fiestas son un despilfarro de recursos; su arte es pobre, hecho solo con los materiales que tienen en la mano, es pura artesanía; sus casas casi no tienen ventanas y están hechas de adobe. En resumen: hacen las cosas diferentes, y las hacen mal.

Planteado de esta manera el problema, la solución lógica fue la eliminación de esos elementos que los hace diferentes. Así, como política de Estado se planteó incorporar las costumbres occidentales a su forma de vida: aumentar su consumo de alimentos de origen animal, cambiar el curandero por el médico, la partera por la enfermera, la hierba por la pastilla, su lengua por el español, el adobe por el ladrillo.

Esta fue la idea de muchos quienes pretendían defender a la población indígena de México tras la revolución, como Manuel Gamio, José Vasconcelos, Moisés Sáenz. Algunos más radicales que otros en sus postulados. Mientras en Estados Unidos los mandaban en reservas y los dejaban ser, en México se enviaban grupos de trabajo, como misioneros, con el propósito de enseñarles a hacer bien las cosas, a que ya no fueran diferentes.

Moisés Sáenz, pedagogo, subsecretario de la SEP y primer director del III, en un discurso pronunciado para un público norteamericano, destaca cómo Estados Unidos, a pesar de ser un país formado por gente de todas las nacionalidades, de Nueva Inglaterra hasta California se observa las mismas costumbres y hábitos. Expresa toda su admiración a esa cultura homogeneizada en que cada individuo parece provenir del mismo molde. Claro, los indígenas y los afroamericanos aún son la excepción, pero al menos no se observa, como en México, regionalismos tan marcados.

Esas personas, que parecieran creadas en masa por obra y gracia de Ford y su sistema de producción -para hacer referencia a Huxley- son el ideal a importar por varios de los indigenistas mexicanos. No es casual que tanto Sáenz y Gamio hayan estudiado en la Universidad de Columbia, y que una de las imágenes de Gamio en Forjando Patria, sea el crisol -traducción acertada para melting pot-. Lo diferente podrá ser llamativo, vistoso, folklórico, y podremos guardarlo como una bisutería, si se quiere, pero para conformar una nación, hay que homogeneizarnos lo más posible. Y si son los otros y no nosotros, mejor.

Entre los años 70 y 80, este discurso empezó a ser cuestionado fuertemente, como comenzaron a cuestionarse todo tratamiento contra lo diferente. Se le tildó, incluso, de etnocida. Sin embargo, ya sea por torpeza o ignorancia, hay quienes lo continúan reproduciendo.

“No hables así”, “Quítate esas perforaciones y no te tatúes si quieres un trabajo”, “No vistas de esa manera si quieres que te respeten”.

Nos sugieren eliminar nuestras diferencias como un consejo altruista. Nos discriminan “por nuestro bien”, para que nos integremos a la sociedad mayoritaria.

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Este Estado ya no sirve, tíralo a la basura

Me contaron sobre una reunión con colectivos culturales que organizó algún asambleísta del Distrito Federal para una ley de promoción cultural. Les leyeron las propuestas a los colectivos, y les pidieron que sugirieran qué se podía agregar. Los representantes de los colectivos aprovecharon para reclamar todas las trabajas que les imponían los funcionarios públicos para realizar su trabajo y los ánimos se subieron. El asesor del asambleísta pidió que comprendieran que el Estado estaba para armonizar y, total, debían tragarse la burocracia estatal. Obviamente, esto encendió los ánimos y la vena anarquista de unos cuantos.

En este Estado armonizador, el calendario electoral guía las decisiones de los políticos. La opinión del ciudadano sólo importa para saber qué recuadro marcará con una cruz y qué argumentos pueden convencerlo de marcar otra. La tragedia sucedida Ayotzinapa lamentablemente ilustra qué tan pérfido puede ser este modelo democrático.

Si confiamos en las versiones hasta ahora proporcionadas de los hechos, el exalcalde de Iguala, José Luis Abarca, pidió que les dieran una lección a los normalistas para impedir que arruinaran el informe de actividades de su esposa, María de los Ángeles Pineda, quien aspiraba a ser alcaldesa. No querían que aquellos muchachos, evidentemente contestatarios y revoltosos, le quitaran el protagonismo para poder ponerse en el lugar de su marido.

Pero la mano se les pasó, finalmente. La ineptitud de las autoridades estatales, que probablemente simpatizaban con el alcalde por los réditos políticos que pudiera proporcionarle para la campaña electoral del año siguiente en Guerrero, contribuyeron a darle el tiempo suficiente al alcalde y a su esposa para escapar y esconderse.

Conforme los detalles más escabrosos salían en los medios, la indignación del público crecía. Este enojo se vio como una oportunidad para los partidos de denostar a sus adversarios. No se podía dejar de señalar que tanto el estado de Guerrero, como el municipio de Iguala, estaban gobernados por el PRD. No se podía dejar de señalar que el Gobierno Federal nunca actuó en Iguala, aunque ya tenían denuncias anteriores contra su alcalde. No se podía obviar que la corrupción en el gobierno había propiciado estos actos. No se podía dejar de acusar a la política del gobierno anterior que promovió la violencia de estos grupos delictivos. Y por supuesto, no se podía dejar de pensar cómo se le podía sacar provecho electoral a la situación.

El PAN lanzó una propuesta anticorrupción. MORENA hace una asamblea de supuesto apoyo a Ayotzinapa, donde después su carismático líder pretende convertirse en un mártir mayor que los 43 desaparecidos. El PRI no ha dejado de señalar que todo sucedió en gobiernos perredistas. Y el PRD… El PRD ha preferido no declarar tras darse cuenta de que  mete más la pata cada que sus líderes hablaban.

En Ayotzinapa fue Estado. Y cuando decimos «fue el Estado», debemos recordar quiénes conforman ese Estado. El Estado no sólo es el nivel federal, también son los gobiernos estatales, los municipales y con su división de poderes: ejecutivo, legislativo y judicial. Y cuando decimos que fue el «Estado», es ese Estado con mayúsculas que sirve como herramienta de control de la clase dominante sobre la oprimida. No, no es el Estado «armonizador», ese sólo es un cuento de hadas para que creamos en la necesidad del Estado. No hay partidos político que pueda curarse en salud cuando se señala que fue el Estado, pues conforman el estado o, al menos, pretenden conformarlo.

Si decimos que fue el Estado, entonces la solución no es cambiar al administrador del Estado, sino cambiar el Estado mismo, pues ese Estado ya no sirve. O mejor aún ¿por qué no pensar en tirar de una vez a la basura al Estado?

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