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De Eduardo Galeano o cómo vive Zapata

Sentado sólo él en una mesa frente a una Sala Nezahualcoyotl repleta, mientras que afuera de la sala otro grupo enorme de personas se encuentra frente a una bocinas instaladas que reproducirían sus palabras, una multitud grita «¡Zapata vive, la lucha sigue!» La gente recuerda también al pueblo de Atenco, exigiendo libertad a sus presos. En el ambiente de la sala, se siente la empatía de los lectores con el escritor uruguayo. No creo que para ellos sea una nueva sensación, la habían tenido cada vez que lo leían. Quizá lo nuevo para el público es observar que el autor también siente empatía por ellos, sospecha confirmada cuando Eduardo Galeano dedica el encuentro al «zapatista de Irak», Muntazer al Zaidi quien ahora es preso político por agredir al ex presidente de Estados Unidos con un zapato; a Adolfo Gilly, historiado argentino naturalizado mexicano, que fue preso político durante los años setenta; y a todos los que defienden a los presos de Atenco.

«La tierra es sagrada, y si es sagrada, sagrados son los que la defienden», dijo con lógica Galeano, dejando en claro por qué los defensores del pueblo de Atenco merecen una dedicatoria, si es que a alguien le había quedado duda del asunto.

Como primer acto, el reconocido cuentacuentos invoca a Schehrazada y recuerda el primer mandamiento del oficio: «Prohibido aburrir», el cual cumplió cabalmente durante todo momento. Para algunos pudiera parecer un oficio sencillo, pero Galeano reconoce su dificultad pues entiende que los cuentacuentos: «sólo saben contar, porque saben escuchar».

En su oficio, Galeano demuestra ser único. ¿Qué otro escritor hechiza con la verdad de sus relatos? Si bien, en el arte no es pertinente preguntar por ella, quien conoce sus breves historias; reconoce que el uruguayo tiene la certeza de que «la palabra es sagrada», certeza misma que tuvieron los guaraníes cuando vieron sobrevivir su lengua.

Y esto Galeano lo sabe, porque además de periodista y escritor, es historiador, sociólogo, economista, lingüista: un científico social. Quizá no lo sea por título, pero lo es por oficio. Por eso, pide respeto cuando dice que «desde el punto de vista de una lombriz, un plato de espaguetis es una orgía». Tal respeto por la ciencia se comprueba aún cuando imagina, pues utiliza la imaginaria historia que no fu «para revelar la historia que fue». ¿Qué hubiera pasado si  Cristobal Colón, Hernán Cortés, Alfonso Pizarro, y otros tantos europeos que pisaron América, hubieran sido deportados por no llevar su papeles migratorio en orden? La hipotética situación supera las expectativas: en la imaginación, Galeano revela la historia que fue y la que es.

Eduardo, como cuentista, es conciso. Quizá ello lo aprendió de Juan Rulfo, «el peor enemigo de la inflación palabraria». Sabe decir lo justo, como si fuera pintor impresionista que retrata al mundo sin más que lo necesario, ni menos que lo comprensible. Reconoce el riesgo que palabras de más lo volverían un panfletario, que palabras menos faltarían a la verdad.

Este impresionismo literario quizá es consecuencia de su posición política. Posición que hace explícita cuando dice que «la lucha zapatista es universal y zapatistas somos muchos, aunque no lo sepamos». Pues todo quien lucha por un mundo más justo lo es, expresó Galeano. Al Subcomandante Insurgente Marcos le agradeció por inyectarle humor al discurso de izquierda.

Me sorprende el poder que tiene la palabra cuando se usa para contar la verdad, la palabra que no ha sido desgasta por el discurso interesado, que conserva su inocencia. Él no ha necesitado empuñar un fusil para ser escuchado, sólo ha sabido contar cuentos. Impresionante lo que sucede cuando se cuentan bien., como el cuento del combatiente de Anenecuilco que luchó por tierra y libertad.

Y al final del encuentro, la gente recuerda  el cuento del combatiente de Anenecuilco que luchó por tierra y libertad. Y que aún vive.

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